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Andy Murray, la superación personificada

miércoles 27 octubre 2021, 04:56 PM    Por: Sofía Velasco

Andy Murray, la superación personificada

Andy Murray es pura superación. Expresiones como “no se rinde nunca” o “dará la batalla hasta el final”, en el caso de Murray, no son una manera de hablar. Realmente, este hombre no sabe rendirse.

Recientemente estuvo en el Masters 1000 de Indian Wells, y no precisamente de paseo. El tenista escocés ganó a una de las promesas del tenis mundial, Carlos Alcaraz, a quien elogió y del que envidió su tierna edad. En la siguiente ronda, después de haber sufrido para ganar al español, Murray cayó, pero lo hizo ante Alexander Zverev, un jugador que es 10 años más joven que él y que en la actualidad ocupa el puesto 4 del ranking mundial.

Hace unos meses, pudimos ver a la doble medalla de oro de nuevo en unos Juegos Olímpicos. En Tokio 2020, por recomendación médica, compitió solamente en dobles, donde fue derrotado en cuartos de final por la pareja croata formada por Marin Cilic e Ivan Dodig. Eso sí, no sin dar la batalla hasta el final: 6-4, 7-6 (7-2) y 10-7.

Después de todo lo que ha pasado en su carrera, cualquier persona encontraría lógico que se retirase, aunque solamente tenga 34 años. Una lesión larga o una temporada plagada de derrotas pueden tener un efecto psicológico devastador en la carrera de un deportista de élite, pueden incluso significar su fin.

Esa sensación de derrota, de no saber cómo reaccionar ante una mala racha, es lo que en el poker se denomina ‘tilt’, uno de los términos más utilizados en esa disciplina. Andy Murray ha aprendido a dominar el ‘tilt’; si fuera por las veces que ha tenido que superar este tipo de situaciones, sería un excelente jugador de poker.

Nunca ha sido fácil para Murray, siempre en un segundo plano dentro de ese ‘Big Four’ (Roger Federer, Rafa Nadal, Novak Djokovic, Andy Murray) que dominó el mundo del tenis desde mediados de la década de los 2000.

Muy defensivo y temperamental, Murray se agarraba a la pista y siempre era un hueso duro de roer, pero le faltaba ese toque mágico, esa madera de campeón, que tenían Federer y Nadal, y que algo más tarde aprendió a tener con maestría Djokovic.

Murray entró en el Top 10 del ATP en 2007, pero tuvo que esperar casi una década, hasta 2016, para alcanzar el número uno. Parecía el eterno finalista, aquel que siempre alcanzaba las últimas rondas, pero nunca ganaba un título importante.

Después de haber perdido 4 finales de Grand Slam -3 contra Federer y 1 contra Nadal-, la prensa británica le metía presión formulando una y otra vez la gran pregunta: ¿será capaz Andy Murray de ganar una final?

Pero el escocés hizo oídos sordos, y por fin llegó el día: ganó el US Open de 2012 ante Djokovic. Fue la culminación a unos meses de vértigo en la carrera del tenista.

Ese año, en la final de Wimbledon, Murray estuvo tocando el título con la punta de los dedos, pero, una vez más, y frente a sus compatriotas, Federer le arrebató el trofeo. El británico logró vengarse del suizo en la final de los Juegos Olímpicos de Londres 2012; Murray se llevó uno de los pocos trofeos que Federer no tiene: la medalla de oro olímpica en individuales.

Un Oro y un US Open no eran suficientes. Murray tenía que ganar Wimbledon, cualquier otro resultado sería imperdonable. Tal era la presión mediática y social a la que estaba sometido en el Reino Unido.

Y llegó el día. Después de haber perdido la final el año anterior en cuatro sets ante Federer, se enfrentaba ahora en la final de Wimbledon a Novak Djokovic. El serbio le había ganado el título en el Open de Australia a principios de ese mismo año; aquella fue la sexta final de Grand Slam que jugaba, y la quinta que perdía.

Unos meses después volvía a verse las caras con Djokovic en una final intensa sobre todo por el valor emocional de la misma. Solamente hay que ver cómo se celebró la victoria de Murray en las calles de Edimburgo para entender lo que significó. Fue el primer británico en 77 años que conseguía levantar el trofeo inglés.

 

Poco duró la alegría. A finales de 2013, Murray pasa por quirófano, la primera de varias visitas. En esa ocasión fue la espalda, en el futuro sería la cadera.

Tras una operación complicada, y teniendo en cuenta lo físico que es el juego de Murray, pocos apostaban por que llegase de nuevo al más alto nivel. Pero lo hizo.

2016 fue el año de Andy Murray, y eso que tampoco empezó de la mejor manera. Otra vez dos finales de Grand Slam y otras dos derrotas, en Australia y Roland Garros. Llega Wimbledon y, de nuevo, el escocés alcanza la final. Y esta vez la gana.

Ese año acabó como número uno del mundo, con sus tres títulos de Grand Slam bajo el brazo. Pero en 2017 se abre una nueva travesía por el desierto, seguramente la peor etapa de su carrera, la cual se retrata en el recomendable documental “Andy Murray: Resurfacing”.

En ese documental se ve el sufrimiento y el sacrificio que tuvo que hacer Murray en esos años, y cómo lo intentó todo para no abandonar un deporte que ama. En 2019, en el Open de Australia y entre lágrimas, admitía que probablemente no volvería a jugar. Unas semanas después volvía a operarse de la cadera, implantándose una pieza de cobalto.

Viéndolo en Indian Wells, ganando partidos a ese nivel, no queda más remedio que admitir que lo de Andy Murray, más que un ejemplo de superación es un auténtico milagro.

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